John Yarington, exciclista, alpinista, atleta y hombre piadoso. Foto de María del Roxo
Dudaba si usar como titular de la entrada el que he utilizado o el de John el Largo (como el pirata de pata de palo), por sus 6 pies y 2 pulgadas de altura (1´90 m de los nuestros).
John nació por error en el más lacustre de los estados de Norteamérica, el de Michigan, pero ya se encargó él de subsanar esta equivocación del destino, asentándose con el tiempo en el territorio que le corresponde, el que se ajusta a su idiosincrasia, un estado tan montañoso como su propio nombre indica: Montana, en el corazón de las Montañas Rocosas.
Hombre de gran experiencia en todas las facetas de la montaña
De joven estuvo John seis años en la élite del ciclismo de su país. Eran los años en que surgió el equipo 7 Eleven, pionero del ciclismo estadounidense en el calendario internacional. Resultaba exótico para los que seguíamos el deporte aquellos años, aunque quizá no tanto como las anteriores apariciones de los dos equipos colombianos, el Café de Colombia y el Manzana Postobón, en un mundo copado por escuadras europeas. De aquel equipo no podemos olvidar al rubio Andy Hampsten, que se llevó un Giro épico con una nevada brutal en el Gavia; al canadiense vueltómano Steve Bauer, o al velocista Davis Phinney, al que conoce bien John.
Como corredor de ultra trails
John pasó del ciclismo al alpinismo, el esquí de montaña y a correr por la montaña. Durante muchos años le encargaban probar diferentes modelos de GPS en sus entrenamientos. Su apodo era nada menos que ADN Man, un conciso resumen de su extraordinaria capacidad física. De esta última puedo dar buena fe. Nos encontramos un día, nuestro cuarto del circuito del Manaslu, tras una larga etapa de 30 kilómetros. Pero John y su mujer, Deborah, que venían del valle lateral de Tsum, habían hecho ese día nada menos que 50 kilómetros !!!! No era lo previsto, pero un malentendido con su guía les hizo pasar de largo el fin de etapa programado, que aún así estaba diez kilómetros antes.
Esquiando en verano en las Montañas Rocosas
Coincidimos durante siete jornadas. De los más de veinte extranjeros que hicimos más o menos juntos cinco de esas etapas, John era indudablemente el más fuerte, a pesar de sus 54 años. Todos sus días de caminata incluían desvíos obligatorios para visitar gompas (monasterios tibetanos), una de las pasiones de John y Deborah. Ambos venían de Bután, donde John estuvo trabajando tres meses como carpintero y Deborah dos dando clases a los niños. La prueba que demuestra el estereotipo sumamente erróneo que he oído con frecuencia de que un deportista de alto nivel no puede ser una persona espiritual es el propio John. Más que su excepcional forma física el primer recuerdo que me viene a la mente sobre él es su carácter: apacible, inmutable, siempre sonriente, siempre en paz. Todo eso no es el resultado de su larguísima vida atlética, aunque los deportes de fondo y/o individuales tienden a encajar sobre todo con personas más bien contemplativas y calmadas; procede de su espiritualidad, cuyos frutos recogimos los que tuvimos la suerte de compartir ruta con él.
Pura fibra de Montana. Si los metes a él o a Deborah en una licuadora no sacarías una sola gota de grasa
John y Deborah son muy viajeros, pero no son viajeros coleccionistas de meras experiencias o estímulos. El propio John reconoce que se cansa pronto de acumular lugares y necesita asentarse, trabajar, vivir el lugar desde dentro, como parte de él. El culmen de toda su vida, según él, llegó en Bután, donde antes de ir a trabajar salía a correr una hora diaria hasta algún gompa cercano, lugar de recogimiento tras el sano esfuerzo.
Hacia Samagaon, en el circuito del Manaslu
Entre sus inusuales viajes figuran ir a hacer esquí de montaña hasta el Cáucaso, Uzbekistán, Kirguistán o las montañas de Grecia, Bulgaria y Rumanía, nada cercanas a su tierra de origen. Esta era su tercera visita a Nepal, habiendo hecho en una de ellas el exigente y difícil trekking de los Tres Pasos de Khumbu, tres collados de más de 5.000 metros, uno de ellos no apto para gente inexperta. Nada fuera de lo normal para John y Deborah, que ya habían ascendido varios seismiles en los Andes.
Deborah, que tampoco es de Montana, sino de Texas, en una más de tantísimas montañas recorridas
Hubo un momento que me conmovió durante las jornadas que vivimos con Deborah y John. Uno de los diferentes grupos (de dos a cuatro excursionistas) con los que caminamos de forma sincronizada durante cinco días, lo componían cuatro montañeros de Bombay (el actual Mumbai). Uno de ellos, que por sus rasgos faciales podría ser del mismo Burgos si tuviera la piel un poco más clara, era fortísimo y tenía una extensísima experiencia en el Himalaya Indio, más duro y exigente que el nepalí, al no haber infraestructuras de ningún tipo y tener que cargar allí absolutamente con todo. Pero sus tres colegas estaban muy rezagados en forma física con respecto a él, aunque no así en experiencia en altura. Pero coincidía que uno de ellos tenía un problema en una pierna desde hacía años, que no le había impedido, con una prodigiosa fuerza de voluntad, acabar dos maratones y haber terminado varios trekkings por encima de los cinco mil metros. Otro de ellos, presidente de un club de montaña y con muchos conocimientos también del Himalaya indio, estaba algo fondón y no en su mejor momento. El tercero, muy joven, aunque ya llevaba varios circuitos en Nepal y Tíbet, también caminaba muy despacio. El problema que se cernía sobre ellos era el frente de mal tiempo que ellos mismos nos anunciaron, a través de sus contactos en la India. Nuestro guía, Deepak, habló de inmediato con su jefe y se confirmó el pronóstico. Había que cruzar el Larke Pass el día 24 de mayo como muy tarde. A mediodía del 24 entraba el temporal y duraría varios días. El Larke La es un collado que hay que superar antes de las 10 de la mañana, en que vientos huracanados empiezar a barrerlo y hacen imposible el tránsito. Nosotros teníamos previsto cruzar el 25, así como varios de los otros grupos extranjeros, pero si no cruzábamos el 24 perdíamos el avión, porque no nos daba tiempo a desandar todo lo andado hasta el inicio y llegar a tiempo. En la misma tesitura que nosotros estaban John y Deborah, que incluso tenían el vuelo dos días antes. Pero viendo lo que falla la exactitud de las previsiones meteorológicas con varios días de antelación, en caso de que el frente se adelantara un día estábamos perdidos. Con lo cual decidí que era mejor anticipar el día de cruce del Larke Pass al día 23, suprimiendo con ello los dos días de aclimatación previstos, una apuesta arriesgada teniendo en cuenta que María nunca había estado en altura y que yo hacía 21 años que tampoco. Los americanos decidieron hacer lo mismo y finalmente los otros dos grupos también, salvo los indios. No estaban en condiciones, claramente, y ellos mismos lo sabían. De hecho, ninguno de los demás creíamos que pudieran pasar incluso el 24.
Recibiéndome en el Larke La
Cruzado el paso, el día 25 dijimos adiós a la pareja de neozelandeses, al conjunto multinacional de Xavi, Fenna, Daniel y su guía Bhagwati, y nos quedamos un día de semidescanso en el primer pueblo al otro lado del Larke Pass con John y Deborah. Habíamos calculado 14 días, pagado 15, y al ritmo que llevábamos íbamos a acabar el circuito en 11. Cuatro días en Kathmandu y alrededores esperando el avión son más que suficientes, como para añadir dos o tres más. Por separado, asturianos y americanos fuimos al lago Ponkar, oteando con el teleobjetivo el descenso del Larke Pass, por donde deberían estar bajando los de Bombay. Deepak y yo localizamos a dos, que caminaban rápido, y concluimos de inmediato que eran "el de Burgos" y un porteador, y les lanzamos gritos y aspavientos, celebrando su llegada. Cuando regresamos a Bimtang de la pequeña excursión comprobamos que no eran los indios, sino dos fortísimos excursionistas nepalíes, muy curtidos y con mochilas del ejército. Por fin llegaron, desperdigados, de uno en uno o de dos en dos, los indios y sus porteadores. Los últimos en llegar, tras más de 11 horas de marcha. Aplaudimos a cada uno de ellos, recibiéndoles como realmente merecían, porque lo suyo fue una auténtica proeza. Ya sabíamos que John había rezado por ellos. Si los rezos de ADN Man son tan poderosos como sus piernas y sus pulmones, no es de extrañar que los indios consiguieran superar los casi 5.200 metros del Larke La.
Deepak, John y Chandra
Los mismos indios fueron los que encontraron un día las sandalias de la talla 48 que había perdido John. Con buen criterio, decidieron que aquella talla gigante no podía pertenecer a ningún tibetano de los alrededores y cargaron con ellas, para gran alivio de John, que jamás podría encontrar sustituto como calzado alternativo con semejante pie, no solo ya en ese valle sino quizá en todo Nepal. Me gustaría poder escribir algo algún día sobre los indios, y en concreto sobre el que cojeaba, todo un ejemplo de superación, fuerza de voluntad y, además, de buen talante. Los héroes no son los que nos venden en las películas, sino aquellos que se enfrentan a sus miedos y sus limitaciones y hacen simplemente lo que pueden, fracasando mil veces, atascándose otras tantas y desanimándose algunas más, pero volviendo a intentarlo de nuevo. Son los que no reciben medallas ni homenajes ni tienen calles a su nombre, los esforzados anónimos que nos cruzamos por la calle sin saber de sus descomunales luchas sin premio.
Chandra (guía de montaña) e Indra (porteador y futuro guía) Foto de María del Roxo
John y Deborah habían contratado el guía obligatorio para el circuito del Manaslu, más un porteador, para poder disfrutar un poco de la ruta y poder llevar consigo algún libro para los largos ratos libres, cosa que nosotros no pudimos hacer para reducir peso. Su guía, Chandra (significa Luna tanto en hindi como en nepalí o bengalí) había sido porteador de altura años atrás y ya tenía 47 años, una edad ciertamente avanzada para un nepalí. Había cometido un error en una de las jornadas y no sabía el hombre cómo hacer para intentar repararlo. Hubo momentos en que, sin ser nuestro guía y no tener por qué, nos ayudó y hizo algunas gestiones cuando el nuestro no estaba, siempre muy amable y atento. El porteador, Indra, de la región de Khumbu aunque no es sherpa, era una fuerza de la naturaleza. Cuando terminaba su jornada de porteo salía a veces a correr por la montaña. En una ocasión, en un paseo de aclimatación cerca de la frontera del Tíbet, vimos una silueta subiendo rapidísima por la línea del cielo, a considerable altura. Era Indra, haciendo uno de los entrenamientos extra. Su objetivo inmediato, tras ir justo a continuación con un grupo de indios al Tíbet, era realizar el curso de guía de montaña, y garantizo que no solo lo pasará, sino que será un extraordinario guía, muy sólido físicamente y psicológicamente también, con madera de futuro Trekking Leader (jefe de guías).
Indra (al fondo) y Chandra, uno de tantos días en el Himalaya
Cuando vengan a Asturias John y Deborah haciendo el Camino de Santiago de la Costa, no sé, la verdad, a qué montañas llevarles que les hagan siquiera romper a sudar. Imagino que ni subiendo del tirón los dos mil metros de desnivel desde el Cares a Torrecerredo. De lo que estoy seguro es que las fotos que hará John serán prodigiosas. John no toma las fotos con el ojo, sino con el alma. Una muestra de ello: https://vimeo.com/334115097
Deborah y John, rodeando la stupa de Bodnath en el sentido de las agujas del reloj, como marcan los cánones. Foto de María del Roxo