En Sierra Nevada, en 1990
Hay compañeros de aventuras que dan poquísima guerra, nunca protestan, son eternamente fieles y salen baratos de mantener. Se dejan llevar y traer, nunca preguntan cuánto queda, no necesitan parar a desayunar antes de la caminata ni a tomar una cerveza al concluirla. No te piden que vayas más despacio ni te llevan con la lengua fuera. No te recriminan que lleváis una hora subiendo cuando tú le habías dicho que solo serían veinte minutos. Si hay que atravesar un zarzal o un piornal interminable no te echan en cara que no les habías avisado de que la ruta tenía truco. Si alguna vez hay que pernoctar, no roncan y no te tienen la noche en vela. Son de los que nunca te piden agua ni comida, porque de tan ligeros que quisieron ir no llevaron lo suficiente. Pero, desafortunadamente, no suelen ser compañeros para toda la vida, porque tarde o temprano las lesiones y la vejez los va dejando fuera de servicio.
Bajo La Sagra (Granada), en 1990
En mi caso, el más fiel compañero lleva ya treinta años conmigo. No viene a todas las rutas, porque desde hace muchos años en invierno se queda en casa. Aunque ahora que lo pienso, la verdad es que no le he preguntado en invierno si quiere venir. Simplemente no le invito. Cuando llega el calor se crece y entonces está siempre ahí, un buen amigo, ejemplar, de los que ya no se encuentran. Los de ahora en unos pocos años ya tienen achaques y no puedes contar más con ellos. Puede sonar a topicazo, pero los de ahora no son como los de antes.
Monasterio de Tikse, 1994
Bajando del Stok Kangri, 1994
Echando cuentas, así un poco por encima, calculo que hemos ido a la montaña juntos más de mil veces. Luego hemos viajado juntos también, y ahí ya no sé calcular los días, pero quizá otros tantos. Es duro como una piedra, resistente como un tuareg y un esquimal juntos, está muy curtido por los elementos, como la piel de cuero de un tibetano. Si fuera ciclista sería un Alejandro Valverde, incombustible, y si fuera un tenista tendría la eterna resistencia de Rafa Nadal, aunque no sé si la calidad de su juego. No sé cuánto tiempo más compartiremos alturas, porque ya le veo algo apagado y no tiene la recia presencia de antaño. Cualquier día me deja colgado.
Taksindo La. Hacia el Mera Peak, que aparece en el marco de la puerta, 1995
Pico Aragüells, 1997
Nos conocimos una mañana en el Rastro madrileño, más o menos cuando conocí a Javier. Conectamos de inmediato, hubo química, que dirían, y hasta ahora. Os lo presento:
A decir verdad, no sé cómo se llama. Tampoco hablamos mucho. Contemplamos las montañas en silencio y no necesitamos del lenguaje para estar a gusto. El día que ya no esté para acompañarme, sé que seguiré pudiendo verle y haciéndole compañía. Pero me da miedo que antes de eso, un día huracanado una ráfaga se lo lleve, como a Janez Jeglic en la cima del Nuptse.
Ibias, 2010
Una de nuestras últimas rutas juntos. Alto de los Foyos de Piagüé, Ponga. 2018