Una de las fragancias que más me sulibellan -que dirían Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina- es la del libro impreso, bien al entrar en una librería de viejo -donde más se percibe- o al abrir una caja recién llegada de la imprenta. Al haber de éstas por todas las esquinas de mi casa y de la de mis padres, siempre que estoy en el hogar se respiran libros en la atmósfera. Los primeros recuerdos de esos para mí sacrosantos efluvios son de cuando visitaba desde muy pequeño la librería de mis abuelos, con sus largos y estrechos pasillos de trastienda atiborrados hasta el techo de género literario.
Mi querencia por los libros físicos se torna a veces en manía y en excentricidad, lo reconozco, pero de ese mal no tengo la más mínima intención de sanar. Probablemente sea anormal cuidar más un libro que un coche, o que la ropa nueva, o que el propio aspecto personal. Tampoco sé si el punto de partida de esta obsesión por tratar un libro como si fuera el más valioso de los diamantes fue aquel día en que mi padre me echó la gran bronca por haber escrito una frase a bolígrafo en una fotografía de un libro de texto allá por 3º ó 4º de EGB. Sea como fuere, el rapapolvo seguramente fue el más efectivo de mi historia infantil, porque no he vuelto a escribir en ninguno, ni siquiera a lápiz para subrayar frases que debería resaltar para recordar. Y el desequilibrio mental resultante lo puedo comprobar en el hecho de que después de ver sufrir a un niño, a un anciano, o a un animal, o ver como arde un bosque, seguramente lo que más me duele contemplar es un libro siendo tratado de mala manera.
Soy un defensor a ultranza de la librería, del librero y del libro impreso, y disfruto de la compañía de los libreros que viven su negocio, que leen sus libros, los miman, los recomiendan con conocimiento, pero que ven que en un país donde tradicionalmente apenas se lee, cada año se lee menos... por lo menos en papel. Ya en su día hice un pequeño homenaje a Néstor Baz, el librero por excelencia de lo que su amigo Julio llama el Noroeste Leonés. Tengo algunos textos más en proyecto para este blog de otros profesionales del último eslabón de la cadena de transmisión del libro, donde pasa a su destinatario final, el lector, de la mano del que emplea ocho horas diarias malviviendo de ellos. Pero antes de eso quería compartir con los cuatro que puedan estar interesados en ello uno de los lugares más maravillosos e inolvidables que un amante de los libros pueda jamás visitar; un pueblo que, además de precioso y de estar rodeado de un paisaje de hermosura equivalente, es nada menos que... la capital mundial del libro de segunda mano, con más de veinte librerías para menos de dos mil habitantes. ¡Ahí es nada, tú!
Si no fuera porque nunca me queda un euro tras lo que gasto en libros, estaría todos los años una pequeña temporada no sólo en Hay-on-Wye, sino en general en Gales y las apacibles comarcas limítrofes inglesas. Además, a muy poca distancia se levantan las modestas aunque hermosas y lampiñas montañas del parque nacional de Brecon Beacons, que no llega a los 1.000 metros de altitud en sus cotas más altas, pero cuyo cutis semeja el de montañas de más de dos mil de nuestra cordillera Cantábrica. A pesar de la apología que hago aquí de esta villa del libro, sólo he podido visitarla en dos ocasiones, con doce años de separación. En la última, por no llevar coche propio y tener que calcular el problema de sobrepeso en facturación de equipaje en el aeropuerto, sólo pude hacerme con 29 libros. La anterior, con todo el maletero de mi coche para llenar, ni recuerdo lo que entró allí...
Fotos:
1. Hay-on-Wye. Bed & Breakfast y librería al mismo tiempo. Desayunas arriba y bajando las escaleras ya puedes empezar a devorar estanterías.
2. ¡Ni Ambi-Pur ni leches! Un par de cajas de libros abiertas ambientan una casa que es un primor.
3. Libros, libros, libros y más libros. Mira que hay gente rara por el mundo...
4. La arquitectura y semblanza de Hay-on-Wye es la misma que la de los Cotswolds y demás encantadoras localidades de esta porción de Gran Bretaña.
5. Ojo al parche: en esta librería -Hay Castle Bookshop, la primera en abrir en el lugar- hay una sección al aire libre de libros a 1 y 2 libras. Si es grande, son dos libras y una libra si es pequeño. Hay un lugar donde introduces el dinero, según lo que hayas escogido. Nadie te controla, porque se supone que eres lo suficientemente honrado como para pagar por lo que te llevas. Imaginaos un negocio así en España...
6. Si quieres pasear por la suave y encantadora campiña circundante, sales ya del pueblo con las botas puestas.
7. Si quieres naturaleza más impactante, con el coche te sumerges de inmediato en los Brecon Beacons
8. Y si deseas el descanso definitivo, ¿se puede pedir lugar más hermoso para abrazar la tierra?