Hay (o había) una garza real en Babia muy poco temerosa del peligroso ser humano, que no tiene (o no tenía, si es que ya no ha pagado por ello con el pellejo) ningún reparo en aterrizar junto al arcén de la carretera general, posarse sobre el tendido eléctrico a pocos metros de ella y, en general, hacer vida en las inmediaciones de asentamientos humanos. En una ocasión no pude resistir la tentación y paré el coche en el arcén para fotografiarla, mientras a escasos diez metros de distancia permanecía impasible sin preocuparse de si lo que apuntaba hacia ella era una cámara, un tirachinas o un rifle con mira telescópica. No sé si era el mismo especimen que ya van unos años que hacía vuelos rasantes en los límites entre Luna y Babia, habiendo ganado en chulería y atrevimiento con el tiempo, o era otra más descarada que la anterior; o quizá la especie está mutando, y al ver que los paisanos del territorio son inofensivos con las cigüeñas, por aquello del lejano parentesco con ellas ha decidido a ver si cuela, porque se vive mejor, se come más y se pueden visitar más charcas y humedales cuando no anda uno pendiente del depredador supremo. No se me olvidará la ocasión en que apareció justo encima del coche, a muy poca distancia, acompañándome ligeramente adelantada durante doscientos metros en una recta de la carretera, con su poderoso aleteo y su cuello de Pato WC.