Igual que nos sucede con las personas, en que con frecuencia no conectamos ni con las más atractivas, ni las más simpáticas, ni las más cultas, ni las más interesantes, sino con las que nuestra química visceral decide encapricharse, lo mismo sucede con pueblos, paisajes y montañas. Cada cual tiene su sierra o montaña favorita, una predilección que a veces no es posible explicar, o por lo menos no enteramente. No son elecciones para intentar comprender, sino para sentir y dejar que siga siendo así, para sumar a la lista de tantas cosas y situaciones de este mundo que nos son, de momento, incomprensibles.
Conocí la sierra del Valledor allá por el año 2004, cuando preparaba el mapa que bauticé como Muniellos - Fuentes del Narcea, un nombre que ya supe que, por corto, es injusto, ya que no menciona territorios tan fascinantes como Ibias o Degaña y que, por aquello de que los mapas son cuadrados o rectangulares y los municipios o áreas que lo protagonizan no, incluye además porciones de zonas adyacentes, igual de interesantes como las que dan título al mapa. Hay una tendencia en algunos editores, sobre todo en lo que se refiere a mapas de provincias o municipios, a dejar en blanco las zonas externas al objeto del mapa, pero en un mapa excursionista eso ni es justo ni razonable. Es por ello que en la esquina superior izquierda del mapa del irregular Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, apareciera un sector del concejo de Allande, de igual forma que el saliente hacia el Pico Miravalles producido por el parque en el extremo suroccidental obligaba a incluir casi todo el leonés valle de Fornela, o que el entrante de Laciana hacia el oeste metiera también una buena porción de esta comarca en el rectángulo a cartografiar.
Para el que nunca ha contemplado la sierra del Valledor, le diré que es un cordal suave, cuyas elevaciones apenas sobresalen sobre la línea del cielo, poblado en su mayor parte de monótono brezo y que, observado desde gran distancia, seguramente no retenga la visión del oteador más de un segundo en el escaneo del horizonte. Es al analizarla de cerca, o cuando se introduce uno en su interior, cuando salen a relucir sus secretos, algunos de ellos muy valiosos, y otros sólo para los incondicionales de ciertos elementos paisajísticos. No es un lugar en el que el que guste de compañía o del ruido de las multitudes se vaya a sentir muy cómodo; tampoco es una sierra para el que sólo goza de los grandes bosques; menos aún para los que necesiten de espectaculares laderas o riscos, o de verticales precipicios de lisa roca. La sierra del Valledor no hay que analizarla, sino que hay que sentirla. Si no se entiende su lenguaje, ni siquiera se oye el peculiar y atípico sonido de su voz. Igual que el sabio que no intenta llamar la atención ni destacarse y se mimetiza tanto en su entorno que no es visible más que para los que buscan e identifican ese determinado perfil, la sierra del Valledor es invisible para la mayoría, porque sus cualidades son poco comunes, nada estentóreas ni descaradas y sólo ofrece sus virtudes a quien las busca ex profeso.
Para el interesado, un buen comienzo para empezar a conocer la sierra del Valledor es observarla desde San Martín del Valledor o sus alrededores. Llama la atención la sucesión de pequeños barrancos, todos iguales, que se suceden entre Rubieiro y Villardejusto. Cada uno de ellos es una pepita de oro, con sus peñas de cuarcita y su colección de robles centenarios. Unos tienen acceso a pie y otros no. El fuego, incluso el del horroroso incendio del año 2011, ha ido respetando estos deliciosos jardines botánicos, aunque la voracidad de esta última catástrofe llegó incluso a lamer su interior en varios puntos. El lobo ibérico es el amo y señor de esta sierra, donde cría con asiduidad, y desde donde planifica sus razias sobre las explotaciones ganaderas de los alrededores, o sobre los corzos, jabalíes o caballos que se mueven por su territorio. Solo una ínfima porción de la sierra es recorrible a pie para el hombre, y el silencio en toda su extensión es absoluto, sólo alterada ligeramente por el sonido de los aerogeneradores de su límite septentrional, donde la sierra cambia de nombre para denominarse sierra de los Lagos. Su mayor entrante en la vertiente allandesa es el valle del río Trabaces, un lugar recóndito, cerrado por el oeste por la más espectacular sierra de Bustaúdo o Busteagudo. En la vertiente canguesa de la sierra del Valledor se esconde el valle de Carvaldelosa, donde nace el río Arganza y que es otro pequeño pedazo de paraíso natural.
¡Ah!, y otra cosa: para llegar a la sierra del Valledor por tierras de Allande atravesaremos el que quizá sea el mejor conjunto de arquitectura tradicional inalterada de toda Asturias, repartida en una gran colección de pueblos, todos fabulosos, de los que ya se hablará en otra ocasión.
Para más información sobre los pueblos y excursiones a pie en la sierra del Valledor, ver el libro Allande. Guía completa.